martes, 7 de diciembre de 2021

Sören Kierkegaard en la era de la cancelación

 

Sören Kierkegaard, en su libro Temor y temblor, escribe sobre un documento fundante de la subjetividad occidental. El danés narra las peripecias de Abraham, el padre de los tres monoteísmos, que por un “mandato divino” debe sacrificar a su hijo Isaac. Kierkegaard desmenuza psicológicamente la experiencia de Abraham mostrándonos lo cerca de fracasar que Abraham estaba en todo momento, un fracaso no de su mundo exterior, ya sacrificado en el pedido, sino de su mundo interior (algunos estudios antropológicos señalan que en la época de Abraham, para fundar un pueblo como Dios le pide era costumbre sacrificar lo más caro a la persona, el hijo primogénito del matrimonio). Por su parte, Kierkegaard intenta demostrar todo lo que hace al mundo interior del Padre de la Fe. Su libro Temor y temblor lo escribe con un doble motivo, por un lado Kierkegaard trata de demostrar lo que es la Fe y así decide enfrentar el “sistema” hegeliano -los hegelianos de su época que pululaban en la iglesia danesa- por lo que Kierkegaard sabía lo que se le venía en contra y por eso, por otro lado, escribe este libro para justificar la ruptura con su prometida Regina Olsen. Kierkegaard acusa a su iglesia de cancelar la Fe bajo el manto del “sistema” racional hegeliano, el danés trata de demostrar que la Fe no es una cuestión baladí ni infantil, sino que va mucho más allá de la razón. ES DECIR, Kierkegaard denuncia, que bajo la apariencia sistemática, la iglesia danesa de su época hacía de sus pastores funcionarios para que se mantenga el statu quo, y omitían deliberadamente de sus sermones dominicales todo lo que Cristo predicó acerca del desprendimiento y la pobreza. De esta manera Kierkegaard estaba mostrando como el mundo exterior de la plata estaba maquillando toda la espiritualidad danesa, impidiendo a sus integrantes desarrollar este mundo interior que es lo que permite discernir a través de la Fe lo que es verdaderamente Real, lo que es justo y lo que no. Cargado de ironía así dice en el epígrafe de su libro Sobre el concepto de angustia:

 

“La hora de las distinciones ha pasado: el sistema las ha vencido. Quien en nuestra edad las ama es un extravagante, cuya alma pende de algo largo tiempo ha desaparecido. ¡Bien puede ser así! No obstante, sigue siendo Sócrates lo que era, el sabio sencillo, por la particular distinción que él mismo expresaba y exponía perfectamente y que sólo el singular Hamann ha repetido y admirado dos milenios más tarde: "Pues Sócrates era grande porque distinguía entre lo que sabía y lo que no sabía"

 

Kierkegaard justamente nombra a Johann Georg Hamann “el mago del norte” citando a Sócrates, Socrates escapaba a toda sistematización cultural y gracias a su “Daimon”, podía distinguir entre lo justo y lo que no lo era.(el pseudónimo de Temor y temblor es Johannes de silentio en referencia a Hamann.)   

 

Por todo esto, para mostrar cómo es la Fe verdadera más allá del sistema “cultural-racional”, Kierkegaard escribe este libro, y a través de las vicisitudes de Abraham, y variaciones hipotéticas sobre la vida del mismo, nos trata de mostrar cómo el período religioso de una persona tiene que ver con el desarrollo silencioso de esta vida interior. Para diferenciar este tipo de existencia religiosa, Kierkegaard se encarga de estereotipar tres tipos de existencia: la estética, la ética y la religiosa.

 

Tratemos de definir de qué dependen estas categorías, ya que se encuentran muy relacionadas al concepto de tiempo. Lo estético, en primer lugar, hace referencia a la actualidad: es lo puramente formal, temporal e inmanente, y se vincula sobre todo a los ornamentos de la exterioridad necesarios para que los símbolos y los mensajes sean mejor comprendidos, en un rango que va desde la ropa que usamos hasta el tipo de lenguaje que decidimos entonar. Lo ético, en cambio, va más allá de lo formal y entra en la órbita de lo racional. Por lo tanto, depende de la a-temporalidad, es decir, de un conjunto de normativas que están en el tiempo pero no dependen de este. Aunque lo ético no se encuentre más allá del tiempo, sus normas sí se dictan a través de generalidades a-temporales para colectivos de personas, por ejemplo, cuando pensamos en las reglas racionales que fijan el comportamiento de los grupos sociales. Finalmente, en lo religioso se entra en contacto con la fe y esta nos hace participar de una voluntad y una razón mayor a la nuestra o la de nuestro colectivo. Esta voluntad mayor trasciende el tiempo y es por lo tanto supratemporal.

 

En lo estético y en lo ético se juega, sobre todo, el mundo exterior a la persona: cómo nos comunicamos con los demás. En lo religioso, en cambio, se juega el mundo interior, el desarrollo del yo. Como el testimonio de Abraham enseña, el mundo interior, la consolidación del ser uno, tiene que ver con la unidad, que se consigue rompiendo el propio narcisismo (lo más caro a su persona, en este caso, la renuncia a su hijo Isaac) a través de una fe que lo dirige hacia lo Absoluto en la forma del Dios monoteísta. El narcisismo, por su lado, es la consolidación de la mismidad, y funciona como una caparazón que paraliza espiritualmente a pesar de que el narcisista piense que su narcisismo sirve para enfrentar y relacionarse con la estética y la ética grupal. Lo religioso viene a sacarlo al yo de la doblez que se empieza a plasmar entre los requerimientos del mundo externo y la sensibilidad del mundo interno, pero esto es difícil de lograr. Kierkegaard, en su Tratado de la desesperación, describe el estado del yo que lo logra y dice: “He aquí, pues, la fórmula que describe el estado del yo, cuando la desesperación es enteramente extirpada de él: orientándose hacia sí mismo, queriendo ser él mismo, el yo se sumerge, a través de su propia transparencia, en el poder que le ha planteado”.

 

Lo que Kierkegaard está tratando de decir es que el yo, para poder sumergirse y ofrecer al Absoluto tal como Abraham ofrece, debe volver transparente su mundo interior para sí mismo, sin doblez, y esto es lo difícil, pues los períodos estéticos y éticos muchas veces nos conducen a esta doblez. ¿Pero cómo es que esta doblez funciona?

 

Hoy en día, el narcisismo establecido e incuestionado, y que es paralizante del espíritu de vida interior, confunde al individuo religioso o sin doblez (el individuo que no adhiere fácilmente a la protección “estética” del colectivo) con el individuo narcisista, pues el individuo religioso a los ojos del narcisista entregado al sistema puede parecer terco en su supuesta superstición”Pero esto es al revés. El individuo verdaderamente narcisista al basar toda sus decisiones en la exterioridad estética y ética, deja manos de esa exterioridad el desarrollo de su mundo interior, en manos del “azar” y alguna otra cosa oscura que ronde ahí, por lo que este individuo narcisista desespera fácilmente por las apariencias, ya que cree que estas le dicen quién es él, y no el Absoluto. Y ocurre que en ese azar y oscuridad estética y ética grupal, “una mano lava la otra”, todo se vuelve apariencia, por lo que al narcisismo personal no le queda otra que hipertrofiarse creyendo protegerse, creyendo que pertenece a “algo”, pues como decíamos cree que ese algo es el que le da el status de individuo en lugar del Absoluto. Y así, famélico de lo Absoluto, el individuo despliega continuamente su narcisismo para evitar caer en la tragedia o en la comedia, y busca nutrirse desesperadamente del “qué dirán” grupal. En esa desesperación, comienza su doblez.

 

Lo que no comprende el individuo narcisista imbuido en esta matriz grupal es que la tragedia o la comedia son inevitables. Como explica Markus Gabriel en Yo no soy mi cerebro, el Espíritu o Geist de cada individuo capta mucho más de lo que es propiamente uno o su propia matriz grupal, ya que el espíritu de cada uno está constantemente captando todo el universo alrededor. El problema, lo que el individuo narcisista no quiere aceptar, es que esta captación va a ser truncada con la muerte propia, la muerte de la matriz grupal o el fin del mundo. En consecuencia, hay una inadaptación inevitable. Y es este tratar de evitar lo inevitable lo que ocasiona lo trágico o lo cómico en todas sus variantes. Por ejemplo: si nosotros supiéramos de antemano y fuera efectivamente real que cuando morimos nos desarmamos y desintegramos cual robots, no cabría ningún espíritu trágico o cómico. El problema (y la causa de estos espíritus trágicos y cómicos) es que sospechamos que hay una continuidad, un orden trascendente que tiene que ver con esto Absoluto y que va más allá de uno mismo o de la propia matriz grupal. El espíritu trágico denuncia que, sobre todo inconscientemente, luchamos y no nos creemos que las muertes o el fin de este mundo es el fin de todo.

 

En este punto, lo que sucede es que el individuo narcisista sumergido en la matriz grupal desespera por la apariencia estética (cómica) o ética (trágica) para mantenerse en su cómodo caparazón del yo. Pero esa desesperación, producto de su falta de Fe o confianza en lo Absoluto, lo conduce a comportarse con doblez para conseguir fines finitos y a mezclarse en la “oscuridad”. Es por esta razón que Jesús dice a Nicodemo que “tienen que nacer desde lo alto” (Juan 3, 7). Pero no nos vayamos de tema. En la época de la imagen que no profundiza o ni siquiera piensa lo religioso ni se respeta el mundo interior de las personas, se produce el fenómeno de la estetización de lo ético, es decir, no se alcanza ni siquiera el periodo ético, pues las obligaciones con el grupo son tantas y dependen tanto “de la foto”, que al grupo se pertenece no por un código ético sino por reproducir consignas. Y estas consignas, al carecer de lo ético, se aguzan más y más en lo que creen es ético. Llegamos así a las “cancelaciones” permanentes y de todo tipo. Y estas cancelaciones se vuelven inevitables ya que al estetizarse lo ético sucede que en esa inmanencia no se puede reconocer la trascendencia de los hechos, no se puede profundizar en la mirada histórica, se pierde de vista la jerarquía temporal con que los hechos suceden y no se los puede valorizar éticamente por lo tanto tampoco se los puede pensar más allá de lo que la moda estética indica. Y así ciegos perdemos de vista que cada evento, situación o personaje históricos cancelados van unidos a un desarrollo económico, luego político, y luego quizás espiritual que los produjo que es continuo y llega hasta el momento histórico presente.

 

Por eso, el asunto es que lo ético, sin un fundamento de orden religioso o trascendente, pierde contacto con la realidad, pues también reduce su alcance a la órbita narcisista. La razón entreverada con el mundo de la matriz grupal funciona como un espejo y nuestro narcisismo sin una Fe antinarcisista que nos oriente nos hace perder en el laberinto, para finalmente estancarnos en un periodo estético de consignas donde la última consigna subyacente de la desesperación es “sálvese quien pueda”.