Spoiler alert: el espiral, el eterno retorno, siempre es descendente o inmanente nunca ascendente o trascendente. El pensamiento dialéctico del espiral tiene dos dimensiones aunque aparente más como la piel de la serpiente. La única manera de alcanzar, romper la dimensionalidad es interior (Mateo 6, 1-6. 16-18) depende de un salto de Fe, del Instante (Kierkegaard, Nietzsche) que eleva del tiempo, y esto es espontáneo (Juan 3, 6-8), una sublimación que no sigue a la inmanencia del mundo y su vanidad. Por eso cuanto más se planifica la narrativa, más externa es, mas aparente y dependiente de fuerzas meramente materiales, más tiene que ver con el abismo, con el eterno retorno, más en el error se encuentra, pues no deja que fluya el Espíritu de Dios, y la emancipe del mundo y su consumición ya predicha por san Pedro San Pablo etc. Y por eso, Nietzsche, el Ángel del abismo, les advierte a los sabios célebres “No sois águilas... y quien no es pájaro no debe hacer su nido sobre el abismo”.
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ResponderEliminarSpoiler alert: el espiral, el eterno retorno, siempre es descendente o inmanente nunca ascendente o trascendente. El pensamiento dialéctico del espiral tiene dos dimensiones aunque aparente más como la piel de la serpiente. La única manera de alcanzar, romper la dimensionalidad es interior (Mateo 6, 1-6. 16-18) depende de un salto de Fe, del Instante (Kierkegaard, Nietzsche) que eleva del tiempo, y esto es espontáneo (Juan 3, 6-8), una sublimación que no sigue a la inmanencia del mundo y su vanidad. Por eso cuanto más se planifica la narrativa, más externa es, mas aparente y dependiente de fuerzas meramente materiales, más tiene que ver con el abismo, con el eterno retorno, más en el error se encuentra, pues no deja que fluya el Espíritu de Dios, y la emancipe del mundo y su consumición ya predicha por san Pedro San Pablo etc. Y por eso, Nietzsche, el Ángel del abismo, les advierte a los sabios célebres “No sois águilas... y quien no es pájaro no debe hacer su nido sobre el abismo”.
ResponderEliminarSan Pablo, san Pedro y Jesús Marcos 9, 49-50
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