viernes, 31 de marzo de 2017

esto es.

“the time is out of joint” (billy the kid)
De chico tenía un par de problemas con el tema. Esqueletor por ejemplo, me parece diez veces más interesante que he-man. Esqueletor se reía bien, daban ganas de reírse como esqueletor. Y he-man, o el príncipe Adam no decía ni fu ni fa. Lo mismo me pasaba con los pitufos. Los pitufos era todo laralaraira, no decían nada, no tenían pasión, en cambio Gargamel, Gargamel si era potente, gritaba, corría, odiaba y se desesperaba. Con G.I. Joe lo mismo, los supuestos héroes eran la cosa más aburrida del mundo. En cambio en otras cosas, mucho mejor hechas como los Asterix, los malos eran desagradables de verdad. Y esto es porque los autores tienen una idea cabal que buscan representar. Me acuerdo del prefecto detritus, de “la cizaña”, un tipo desagradable en todo sentido, querían representar la envidia y su aprovechador, el cizañero. Después los gordos gobernadores corruptos de Asterix en helvecia, muy bien caracterizada la corrupción y su contrario. Prorromanix de “el combate de los jefes” es la exacta figura del apañador del poder. Los pequeñajos cobardes y reprimidos que se exacerban en “Asterix y los godos”, en clara alusión a Hitler y a la crueldad del poder. El esclavo servil y mentiroso, completamente confundido, y el cuñado fanfarrón de “los laureles del cesar”, todo gira alrededor de la fanfarronería. En “el adivino”, prolix, la adulación gracias a la superstición o superficialidad de la gente. En “y los normandos” la cobardia y la temeridad. “Asterix y el caldero” la avaricia de ciertos personajes, está muy bien.  Todos tienen algo. Lo mismo pasa en Shakespeare, él sí sabe lucir ciertos vicios bien encarnados en los malos como bien malos y, virtudes  a los buenos como buenos. Macbeth la superstición-ambición, Hamlet la inmortalidad, Otelo los celos, envidia cizaña frente a la ingenuidad, el rey Lear la avaricia sentimental y material, Medida por Medida la hipocresía y la magnanimidad y etc también.


A lo que voy es que creo que para hacer algo, tipo obra o cosa semejante no importa la obra o la meta en sí. Lo que importa es lo que se quiere decir, no olvidar nunca eso, los medios van a llegar solos, sea siendo ingeniero haciendo puentes para ahorrar tiempo, haciendo obras de teatro para hacer reflexionar a los que pueden hacerlo, escribiendo historietas enseñando sin enseñar, indicando nomas. Haciendo buenas actuaciones, interpretando bien lo que corresponde al papel.  Todo en verdad es la metáfora del ingeniero, hay que ahorrar tiempo para llegar antes a la plenitud y dejar de dar vueltas sin poder estacionar. La vida estacionada es la más rica, la que más gusta. Pero solo se puede estacionar si salimos de las construcciones que cuestan y hacen costar a este presente. La vida es un engaño si no llegamos a entender que lo es. Si entendemos que es un engaño en primera persona del presente, sólo ahí podremos juzgar, juzgar qué partes de esa vida no son ese engaño. Y ese momento existe, aparece, cobra vida porque nos dimos cuenta que vivir solo se trata de dar un mensaje o testimonio, o ejemplo y también en primera persona pero no solo en el presente, pensando en los otros. Y dar un mensaje no es “bajar línea”. Dar mensaje o testimonio es tratar de desensimismarnos y desensimismar a la gente, iluminar diría alguien ambicioso, mentiroso. La gente está completamente iluminada, sólo que esos vicios –que describen los Asterix o Shakespeare- nubla esa iluminación, ensombrece todo. Platón no habla pavadas cuando cuenta la alegoría de la caverna. No termina bien el de la caverna, pero buen, acá nada termina bien, fenomenológicamente hablando nos comen los gusanos (salvo algunos santos que quedaron incorruptos).


Esta es la última vez que voy a escribir sobre el acto de escribir. Al menos por unos días. No puedo pensar en otra cosa, es como si llevara debajo del brazo una botella vacìa y con cada persona que me cruzo hablo sobre las cosas con que podría llenar esa botella y la forma de esa botella y el color del vidrio. No se puede mantener una conversación larga sobre semejante tema. Vamos a hacer de cuenta que estoy a pasos de mi destino, que tengo la botella vacía y la canilla está ahí, a cuatro pasos, y vos llegaste y te paraste a hablar conmigo. Yo saqué el tema de la botella, y vos escuchás, escuchás con poco interés pero no hacés ningún gesto para irte. No te queda otra, o no tenés nada mejor que hacer que escucharme hacer asociaciones libres.
Primero, me escucharás hacer una apología de algo que decía Aristóteles. En la Ética Nicomaquea el hablaba del hábito como algo positivo que cada uno de nosotros podía generar. El hábito era moralmente neutral: podía ser el hábito de la injusticia, pero para él no valía la pena detenerse en los pobres tipos que no tenían la mínima entereza intelectual como para detenerse en el mal. El mal era obra de los ignorantes, de las bestias cerradas al amor a los hombres y al conocimiento. Pero el hábito era algo que cada uno de nosotros podía generar, sobre lo que tenemos dominio. Si no podemos hacer que una cosa sea buena o sea mala -la inalterabilidad de la esencia-, sí podíamos hacer que nuestra voluntad se fortaleciera progresivamente hasta el punto de hacernos inconcebible hacer el mal, que nos resulte más trabajoso poner nuestro interés egoísta por delante del interés recto que deberíamos estar sosteniendo.
Generar entonces el hábito de escribir es crear un hábito. Siento que cada día que escribo estoy venciendo una resistencia interior, que estoy creando un hábito que me hace mejor, capáz de cosas que la indolencia antes no me permitía, y que además genera algo fuera de mí. Escribir es también una resistencia contra el olvido. Casi todo lo que hacemos lo olvidamos. Un hábito que nunca pude mantener mucho tiempo es el de mantenter un diario. Lo hice durante unos años entre los diecinueve y los veintidos, y esporádicamente en otros momentos. Este año solamente pude hacerlo por tres meses, discontinuos. Cuando leo mis propios registros de otros años me doy cuenta lo distinto que soy ahora, lo incomprensible que me he vuelto para mí mismo con el simple transcurso de los años. Me fascina ver eso, me siento más profundo, que participo de un misterio mayor que es el de la mutabilidad intrínseca de la experiencia humana. Y que cada acto de escritura, de dejar constancia de cada día, es un acto no de resistencia, pero sí de conciencia: No me niego a cambiar, la perfección nunca es algo igual a sí mismo -salvo el motor inmóvil-, pero sí me niego a perder los registros de esos cambios.

A partir de mañana no escibiré más sobre el acto de escritura ni sobre el championnat. Inventaré todo lo que tenga que inventar. Crearé personas. Mentiré sin intención de engañar y diré la verdad sin un sólo hecho real. No me voy a preocupar por la forma, eso vendrá después y ninguno de los que me lee me juzgará por eso. No. Escribiré por la pura diversión de postular mundos y personas que podrían existir pero que aparecen como relámpagos impresionantes en una retina de papel.

1 comentario:

  1. Aclaro, siempre hay alguno que no entiende: el escrito está atravesado de una gruesa -o ligera, eso sí lo dejo a la libre interpretación- ironía.

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