domingo, 3 de octubre de 2010

Sobre los errores de un filósofo: ¿Que importancia tienen la fe y el conocimiento en la vida del hombre?

(pensando en Nietzsche)
El conocimiento surge de la posibilidad que el hombre posee para generalizar relaciones a partir de hechos o situaciones. De esta manera se conoce mas, se es más “consciente” de los hechos o situaciones. Esta “conciencia de la situación”, esta generalización, se convierte automáticamente en un error cuando nosotros la queremos hacer absoluta.
El pecado del filósofo, su error capital, es su tendencia a hacer absolutas sus generalizaciones. Y más aun cuando generaliza un sentimiento de tipo religioso. La fe no es un concepto intelectual que surge de lo que la mayoría entiende por fe, la fe es un sentimiento, es algo completamente individual que pone en relación al hombre, como ser individual, con lo que es creído por el. El hombre elige que creer, y puede y debe luchar con el mismo por esta elección. Esto es lo importante. Que el hombre no dé la verdadera importancia a lo que significa la fe, es también una cuestión personal porque el hombre nunca puede dejar de creer en algo. Es fácil, casi un juego de palabras que disfraza con inocencia el mismo futuro del propio hombre.
Por ejemplo cuando hoy alguien dice que no cree, en verdad se refiere que no cree en lo que se le mostró, en lo que el pudo ver hasta el momento. “No cree” en eso que vio hasta ahora, pero no sabe si mas adelante creerá. Este es el gran dilema: mientras el tiempo nos afecte (la muerte), siempre “creeremos” nunca “sabremos” pues lo que para nosotros hoy “Es”, o sea lo que hoy sabemos, mañana o dentro de diez segundos puede cambiar.
En todo caso este hombre cree que “no cree”.

Esta creencia en la no-creencia, el error de este hombre (este hombre soy yo), nos pone en una búsqueda consciente (en el caso del no-filosofo esta búsqueda generalmente es inconsciente). Damos vuelta todo en una crítica feroz que no tiene ningún tipo de consideración sentimental. Toda la importancia reside en “la verdad”, el conocimiento es lo más importante. Desarrollamos toda la fuerza de nuestra especulación. Si uno es constante en esta búsqueda la desesperación se te hace carne, entonces, así, de un día para otro, sentimos una intuición sobre el macrocosmos (Nietzsche la llama el “eterno retorno”). Esta intuición no es un pensamiento, es un sentimiento y nos muestra que toda esta realidad responde a una misma cosa, la realidad del mundo responde a un tipo de “saber” dual: un saber“de cambio”, “de movimiento”: “vida-muerte”, “de lucha y unión de contrarios”, “de opuestos”, " de materia y vacío", “sujeto-objeto”, “acto-potencia”, “de carne y espíritu”, “de bien y mal”, “ de Ser o no ser” o como mejor les guste llamar a cada uno. Este sentimiento nos enseña como todo el universo se encuentra conectado de manera tal que es imposible separarlo, no hay negación, todo es unidad.
Nos damos cuenta de la falta de realidad del tiempo y la muerte se trasforma solamente en un concepto vació, no nos asusta mas. Sentimos que podemos entender todo…
Entonces, este sentimiento bien definido nos coloca en una situación muy especial con respecto a lo que significa el conocimiento para nosotros.
Para conocer con certeza la realidad el hombre necesita definir lo que quiere conocer. Definir la realidad significa establecer el límite de “lo que es” esa realidad. Crear este límite para permitirnos conocer la realidad implica a su vez crear un concepto completamente abstracto, que forma la otra cara del límite: lo que “no es la realidad”, el no ser, la nada, algo no real, una abstracción pura. El hombre crea el limite que implica “la nada” para apoyar su conocimiento en algo “concreto”, en una definición, en una teoría, en una ley.
Para controlar la realidad el hombre necesita meter en el medio algo que “no es” y de esa abstracción hacer el límite, el marco, donde se apoya un conocimiento seguro, una ley, un teoria. Se hace evidente entonces que la realidad “dual”, “binaria”, es solo un producto de nuestra necesidad de conocer, nada más que eso: surge de nuestra necesidad de división para hacer un análisis que explique los fenómenos. Surge de nuestra necesidad de definir, de controlar la realidad.
Nos damos cuenta que la víbora (la especulación) nos ofreció el fruto del árbol de la ciencia (el conocimiento) y nosotros “inocentemente” lo aceptamos.
Por fin descubrimos entonces que este saber “real”, esta dualidad, no es más que un reflejo de nuestra limitada capacidad de conocer. Es un engaño de nuestra soberbia tendencia a controlar.

La realidad es una y responde a una sola cosa: a eso que “Es”, no a lo que “no es”. Lo que “no es” es una invención del hombre para que la realidad responda a su limitada capacidad de conocer. Por esta falta de realidad en nuestro conocimiento es que no le podemos dar una importancia “absoluta”, no podemos “saber realmente”. Creámoslo o no, siempre creemos, nunca sabemos “realmente”.

El poder, según el mundo, es poder controlar. Controlar es lo contrario a la libertad. Si queremos controlar hay que saber “realmente”. Entonces el problema se presenta cuando queremos conocer para controlar. Vimos recién que esta clase de saber “real”, de conocimiento no existe, no tiene realidad. Nuestra falta de confianza al enfrentar la realidad hace que la queramos controlar antes de haberla conocido. Y esto es ridículo: si no conocemos lo que vamos a controlar, ¿como vamos a querer controlarlo igual? ¿Como vamos a considerar que lo podemos controlar? (a esto se refería Platón cuando daba a entender en sus diálogos que la naturaleza es incognoscible. Es incognoscible si entendemos conocimiento como control; de alguna forma el principio de indeterminación de Heisenberg eso nos dice.)
Si hacemos esto, si queremos hacer esto, es porque en verdad estamos ciegos.
Si no vemos todas estas cuestiones empezamos a engañarnos, nos hacemos inválidos a nosotros mismos. El ansia de poder, de control, nos ciega.
Cuando juntamos conocimiento y poder sin entendernos a nosotros, sin ser libres nosotros, es muy posible que quedemos esclavos de una fantasía enceguecedora. Eso es lo que le pasa al mundo de hoy como nunca antes pues el poder que otorga la ciencia la hace a esta incuestionable. Todas las fuerzas de los hombres le dan poder. La tecnología se sirve, en última instancia, a costa del miedo de los hombres a la guerra. (p.j: la carrera espacial entre EUA y la URSS, con la guerra fría de fondo, se puede llegar a interpretar como una propaganda para que la población del mundo entero justifique los gastos por temor al poder de la mayor tecnología del enemigo).
A la larga o a la corta si no tenemos Fe, el conocimiento abstracto se hace absoluto, los hombres pierden las fuerzas en ellos mismos concediéndola a liberarse del miedo mediante un cuento que mantenga su vida estable. No entienden que la vida del cuerpo no es tan importante como la del alma y entregar sus fuerzas a ese cuento que a la larga justifica la maquinaria de guerra, ayuda de manera indirecta a que su alma no se desarrolle mas, que no crezca, que en vez de vivir mas empiece a morir. Entonces: ¿para que estamos vivos?
El conocimiento científico, la capacidad de conocer “ideal” del hombre de hoy, necesita definir y crear estructuras. Definir es dividir: “divide y reinaras”. ¿Pero reinaras sobre que? Sobre este mundo, señores, solo sobre este mundo y a costa de un engaño en el que perdemos el sentido de estar vivos. Mantener esto nos hace perder el alma de a poco.

Me fui por las ramas. Sigamos ahora con lo que nos pasa cuando tenemos este sentimiento nuevo.
El problema está en que cuando sentimos que podemos entender todo también sentimos por esta ultima causa que entre nosotros y los demás se abre un abismo que parece imposible de llenar.
En este nuevo estado la víbora asquerosa que habíamos generado antes, la especulación, se nos viene en contra y nos complica. La serpiente nos trata de ahogar, trata de nublarnos la claridad, que ahora tenemos, sugiriéndonos realidades falsas, nos busca confundir llenándonos de miedo, inmovilizándonos, matándonos en vida.
No tenemos que perder de vista que ante esa sensación de abismo con los demás solo se nos plantean esas dos opciones que descubrimos antes.
Desenredamos todo y por ultimo nos enteramos que era tan simple como al principio. Nos damos cuenta que lo que inicialmente sabíamos era todo lo que había que saber: Que El “saber” solo es una cuestión de “saber” decir “Sí” a lo que creemos.
Decir “Sí”, distinguir y aceptar lo nuevo, lo distinto, las diferencias y desde nuestro lugar vivir para luchar por una mayor unión y comprensión con los demás.
O el otro camino, es el decir “No”. Y este puede tomar varias formas, acá es donde todos los conceptos se enrriedan, es donde se genera la división.
El camino este del “No” se divide a su vez en dos, y esa división en dos también y así al infinito porque seguimos todavía en esta lógica de enredo y falsa de las apariencias. Si decimos “No” esta nueva sensación no nos sirve de nada y se nos viene en contra porque pensamos que vimos “algo”, que “salimos”, cuando en realidad estamos mas enredados que nunca. No salimos de ningún lado porque no le pudimos decir que no a esas sugerencias que la víbora nos hace. Todo lo que sentimos se nos da vuelta y se transforma de a poco en resentimiento.
En este camino lo primero que hacemos es negar las diferencias. Negamos las diferencias viéndolas como negativas o, directamente, las negamos ni queriéndolas ver, no las aceptamos. En el primer caso se vive en un estado de guerra con la realidad, en una tensión terrible. El otro es un estado de total fantasía, es un engañarse, negando toda diferencia, por no querer distinguir lo malo terminamos negando lo bueno cuando nos hacemos indiferentes a “todo”.
En cualquiera de estos dos estados la actitud esencial es la que surge del miedo de mostrarnos interiormente, nos justificamos con que todo es apariencia y que no vale la pena correr ningún riesgo, solo hay que vivir lo mas que podamos y de la mejor manera posible cada uno, así individualmente, total no podemos hacer nada si todo es apariencia. Si somos pacíficos, lo mejor para nosotros va a ser vivir pacíficamente, si somos belicosos lo mejor va a ser belicosamente, y así cada uno se arma su mundo a su manera.
Pero pasa algo: si no nos mostramos, confiando y comunicando nuestras verdaderas inquietudes no intercambiamos verdaderamente. Los humanos somos seres que estamos irremediablemente en relación por lo tanto necesitamos de confianza entre nosotros para lograr una comunicación sincera que nos haga vivir en armonía. Para que la comunicación sea eficaz, debemos elegir el riesgo que implica el confiar en el otro, si no hacemos esto, elegimos de a poco perder esa posibilidad de comunicación, esa posibilidad de intercambio armónico. Esto hace que en verdad terminemos no pudiendo elegir de que manera vivir pues evidentemente el hombre se encuentra en contacto en la realidad y si la realidad, a falta de comunicación, empieza a dejar de ser armónica, el hombre empieza a estar de nuevo en “guerra”. El hombre vuelve, entonces, a sentirse obligado, resignado, a la guerra. Si no luchamos por la paz no se la puede elegir. Si no luchamos por la paz esta de a poco deja de existir.
Esto nos demuestra el error de permanecer pasivos encerrados dentro de nuestra “fe”.
Si vivimos debemos estar abiertos mostrando todo el tiempo el sentimiento que obedece nuestra fe, ese sentimiento es, esencialmente, un sentimiento de amor.
Si no nos abrimos, irremediablemente, caemos presa de esa vanidad de la apariencia que tan soberbiamente descubrimos e hicimos nuestro tesoro intocable, pensamos que porque “sabemos más” y hacemos lo que “sabemos” (o sea no nos equivocamos), nadie nos puede decir nada, podemos estar tranquilos. Quedamos esclavos de la conciencia soberbia del “conocer” que es lo bueno para mí.

La otra opción, la del “Sí”, es un riesgo, no “sabemos” si es buena, la creemos y nos hace sentir mejor y por eso sentimos la necesidad de compartirla. No hay formula que la justifique, por eso no “sabemos”: con nuestra vida la tenemos que justificar. Es un riesgo porque nos ponemos en juego a nosotros, si decimos “Sí” y le damos vida en nosotros a eso que aceptamos.
Si nos pasa todo esto nos damos cuenta que la fe es algo que nace como una respuesta interior a “algo”.
Nace de lo interior porque lo interior, es lo que es enteramente nuestro, es en donde podemos elegir que ver, es desde donde decimos si o no a lo que vemos. La mirada es nuestra mirada, nuestro punto de vista.
Siempre somos en verdad libres, siempre se empieza desde adentro, por eso lo primero es cambiar la mirada.
Y nace como una respuesta a “algo”. En un primer momento ese “algo” significa la necesidad de dar sentido a nuestra existencia. Es cuando surge el sentimiento “cultural”. Antiguamente y hasta hace siglo y medio, la religión se respetaba como la base de la cultura. Religión y cultura eran inseparables. Hoy en el mundo occidentalizado eso esta dejando de suceder.
Nietzsche ve el proceso y lo denuncia: “Gott ist tot” (Dios ha muerto).
El sentimiento religioso es el que mas liga al hombre a la tierra, a lo real, es el sentimiento que nos liga a nuestros antepasados. Significa nuestras raíces. También nos muestra la muerte y esto nos liga directamente al ansia de inmortalidad.
Hoy la cultura, alejada de este sentimiento religioso original llena, como nunca antes, de signos nuestra realidad. El sentido de nuestra cultura se transformo en algo puramente formal, vació de sentimiento, totalmente abstracto. La cultura ya no llena ningún contenido, solo nos llena con la vorágine del “hacer algo”, del “ser productivo”.
Este funcionamiento puramente formal de la cultura tiende a provocar un efecto. Este efecto consiste en una pregunta, la cual es inevitable que un alma de filósofo se la formule. Esta pregunta complica, y llenarla se vuelve una carga muy pesada. Si uno mira la historia de la filosofía, la cantidad de sistemas filosóficos, extensos y complicados, la cantidad teorías sobre el origen del ser, sobre como hay que vivir… ¿para que? , ¿Para que “todo”? Esa es la pregunta. La pregunta que la cultura de hoy busca tapar: ¿para que? Si al final es la muerte. Para que “todo”? Si, como dijo Nietzsche, “Gott ist tot”.
Hoy el tema esta más mezclado que nunca, difícil será desenredarlo.
¿Para que “todo”?...nada me lo responde, Entonces… la “Nada”. Empieza el nihilismo.
Para que gozo hoy, si mañana, cuando deje de gozar sufriré de alguna manera al no seguir gozando y viviré desesperado buscando gozar de nuevo (eso es hoy) y si encima al final nos ponemos viejos y sufrimos la muerte. Para que la vida? Para que he nacido si después voy a morir. Lo mejor es no desear más y apaciguar los sentidos dijeron algunos. No entendían que vale la pena el intento.
Hoy, la incapacidad de sentir esa pregunta o el terror y el escape que genera, hace que casi nadie mas pueda pensar, crecer espiritualmente hablando. Del miedo y la imposibilidad de formularnos seriamente esa pregunta es de donde nace la necesidad de aturdirse y olvidarse de uno “amando la vida”. Ese desenfrenado y miedoso tipo de amor por la vida, por “el momento”, nace de la desesperación de la incapacidad de defenderse de uno mismo. Del miedo y la incapacidad del alma de enfrentar la pregunta. Todo esto genera justo lo contrario a la vida, la muerte sin retorno.
¿Para que? Esa pregunta no se responde con una formula, una teoría o aturdiéndonos con sensaciones. A esa pregunta se responde con nuestra vida, con como respondemos.
La famosa esfinge pregunta; responde o muere: Vale la pena vivir para mi? Me siento agradecido de tener vida? Que hago para responder a esa gracia?
El “para que” lo contesto viviendo de manera que sienta la gracia de poder expresar con todo lo que soy eso que creo y que me hace sentir vivo. Y a eso que creo no lo conozco todo pues no lo paro de descubrir, a cada segundo busco mas, sentirlo, ese entusiasmo que genera descubrir cada vez mas eso que me da vida es lo que me mueve cada vez mas hacia afuera. Es una fuerza que hace inevitable que lo busque compartir con todos. Esa fuerza es la que responde a la pregunta: ¿para que todo? Porque quiero todo.
¿que significa ese “algo”, ese “todo”?
Como alcanzar la respuesta depende de mí, de mi Fe.
A cada instante, en todo momento. Eso, es siempre lo nuevo. Yo elijo como responder.



La falencia de Nietzsche se explica por una falencia en su fe, en la fe general de su pueblo y de su época. Por eso es que comienzo criticando la generalización de un sentimiento. “La fe como lo que la mayoría entiende por fe”.
Es para mi evidente que la fuerza de donde nace su discurso es la fuerza de fe. Pero esa fuerza se vuelca contra su misma interpretación errónea, contra las confusiones que ella misma género. El resentimiento que genero un malentendido de su fe hizo que Nietzsche gastara todas las fuerzas que había recibido en negarla. Nietzsche, intelectualmente, explica la fe en lo que es para el la “voluntad de poder”.
Nietzsche es de una sociedad protestante donde estado y religión se identifican, además por ser hijo de pastor protestante carece de la posibilidad de conocer la devoción a Maria.
Esa falta de sentimiento de valoración de lo "femenino", de su sociedad, parece llevarlo al máximo de especulación, de enfrentamiento entre lo particular y lo general sin ningún tipo de mediación ni esperanza. Esta posición lo lleva a generar una gran soberbia para poder soportar ese sentimiento así de solo.
La búsqueda que le mueve la desesperación causada por la falta de valor intelectual (que el siente como el valor mas importante), que tiene el sentimiento materno-femenino es impresionante.
Ningún hombre fue capaz de generalizar un sentimiento y de soportarlo. El peso que elige soportar, consciente o inconscientemente, de alguna manera, termina por ahogarlo en su propio mar de soberbia.

Escrito en marzo del 2005

7 comentarios:

  1. es groso lo que escribiste aca, lo voy a desmenuzar mas tarde tranquilo. lo lei por arriba pero es interesante. Me intereso cuando hablaste de que la ciencia separa pedazos de la realidad para analizarlos. Me hace acordar a las filosofias orientales que buscan una unidad, o sea, hablan de que somos parte de un todo, no son duales sino hablan de que todo vibra, todo esta vivo, hasta el planeta tierra en si. Interesante

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  2. Que bueno que te haya gustado. Y si, creo que es así, la ciencia en parte tiene una visión estática, analítica de la naturaleza y eso en parte la mata, no deja dialogar con ella. Es un problema de control, del miedo en nuestra manera de conocer. Todo está vivo. Saludos

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  3. "Creo, no creo" Qué vanidosos, qué soberbios somos a veces, si la vida misma es un gran misterio, quiénes somos nosotros para decir creo o no creo? Cuantas más cosas conozco y aprendo siento que menos sé, porque intuyo que no voy a llegar a saber tanto como quisiera. Pero estoy en el camino y eso me alivia.
    Ma.Cristina

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  4. Pasa Ma Cristina que el llegar a decir “yo creo” implica sincerar un estado de ignorancia frente al “yo se” porque “yo creo” en cierto sentido yo ni siquiera puedo estar seguro de si se o no se, ¿como te aseguras de que no sabes? Esa ignorancia también seria un saber.. quizás lo posees, pero quizás también es solo una excusa para no jugarse por algo mas allá de uno mismo. Entonces puede que si se, pero eso que si se no lo con certeza: por eso es mejor "yo creo", siempre creemos, la creencia es el motor de nuestras acciones, de nuestra libertad.

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  5. Gracias Santiago, había contestado pero se ve que no salió,no le habré dado el ok. En realidad, yo me refería al tema de cuando se dice "no creo" referido a la creación y todo lo que a ella concierne, tal vez no me expresé bien, por supuesto estoy de acuedo con usted en lo que manifiesta, Ma.Cristina

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  6. Entonces es como pensaba, pero por las dudas hice la aclaración, disculpe.
    Y sí, es como usted dice, es lo que nos sucede por nuestra capacidad de pensar y nombrar las cosas de la creación, enseguida nos creemos con derecho “creador” como si al hacer esto fuéramos nosotros los que le damos entidad real a cosas que muchas veces están totalmente fuera de nuestro alcance. El hecho de pensar y nombrar las cosas tiene que ver con el lenguaje pero eso no nos da categoría de creadores sino, simplemente de administradores o –mejor- de “representantes de” (Dios en el caso del creyente)
    Lo que sucede es que nuestro intelecto se encuentra dañado, herido por el pecado original y eso hace que el lenguaje muchas veces se torne peligrosísimo para nosotros mismos. Voy a mandar un post sobre como funciona el pecado original.
    Un saludo grande y muchas gracias a usted también.

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  7. Siempre creí en Dios y me sentí su Presencia. Pero en algún momento no entendí el valor de la iglesia y su tradición, pero a mis diecinueve entendí lo que significaba el sacrificio de Jesús. Un saludo

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